viernes

MARIA

EL CONCURSO
Se había detenido ante el buzón con la indiferencia diaria. Había colocado la correspondencia sobre la mesa y sólo luego del primer sorbo de café notó la presencia de aquel sobre rojo. Desgarró inquieto el envoltorio y las letras doradas brillaron bajo la luz de su mirada inquisidora. En un instante su corazón corroboró el pasaje del éxtasis a la desdicha más profunda. Nunca había sido considerado para un galardón tan importante como aquel, pero qué podría hacer yo, pensó, un pobre pintor de naturalezas muertas y retratos en un concurso de aquellas dimensiones, donde los mejores artistas del país se daban cita. La desesperación, que había empezado acariciando su mejilla, pronto invadió todo su cuerpo.

DANIELA OJEA EL RELOJ CON IMPACIENCIA
Daniela ojea el reloj con impaciencia. Las rayitas en su banco, tachadas de a cinco, no marcan años, sólo minutos, pero para ella es como si lo fueran. Concentra toda su atención en una manchita inoportuna sobre el pizarrón. Le imagina formas inesperadas, le crea un origen hipotéticamente posible, lo ve expirar bajo el vehemente borrador del profesor. Consume así los próximos treinta y dos segundos. Su atención ha sabido discernir cada mínimo detalle de aquella aula que se le antoja cada vez más pequeña. Respira aire cargado de inutilidad, piensa, como a diario, que no podría soportar esta situación ni una sola vez más en su vida. Por su cabeza ya han desfilado nueve modos diversos en que el profesor y todo lo que lo rodea podría desvanecerse. En el momento en el que el furioso tigre dientes de sable hace su salto triunfal, con sus colmillos blancos y sus garras extendidas hacia el educador, casi inesperadamente, suena el timbre.

EL MAIL
La vi a la negra ayer. Le tiré una punta pero por suerte no me expandí. No colaboraría, hay que tacharla. Ya fue, si somos sólo dos no importa. Como ya te dije, mejor confiar en todos y no que alguno nos presente dudas. No estamos como para sumarnos complicaciones.
Ya compré los baldes de pintura y tengo el engrudo listo. Acordate de chequear lo del sereno, quedaríamos como unos estúpidos. Bueno, si conseguís alguien más avisame.
Un abrazo, cuidate.
PD: encargate de los pasamontañas porque acá no encontré.

INCOMODIDAD
Acumulados en el rincón sobre la silla estaban: la camisa floreada, la remerita manga ¾, los tres shorcitos de jean (exactamente iguales pero talles sucesivos, no fuera a ser que le errara con el tamaño y tuviera que volver a salir) y el pantalón acuadrillé. Había encarado decisiva el lugar, sin preguntar su ubicación precisa. El primer sobresalto fue cuando vió la cola que había. “Ahora entro y entre tanta muchedumbre me abren la puerta en mitad de todo” pensó, no sin recordar que como siempre correría el pestillo preventivamente. El segundo sobresalto se lo dieron las cortinas corredizas que apenas llegaban a tapar la totalidad de la abertura. Eso era peor que cuando su madre acudía apenas dos segundos después de que hubiera entrado para ver cómo le quedaba la prenda. Con la mano derecha, y después de dejar toda la ropa elegida sobre la silla, mantuvo la cortina pegada a uno de los extremos mientras que con el pie izquierdo intentaba lo mismo en el ángulo opuesto. Haciendo malabares, logró probarse el primero de los shorcitos.

MICRORELATO
El humo negro colmó el aire y el ruido se hizo un murmullo lejano.

LA MIRADA PARTICULAR DE UN PERSONAJE
El mar. Quieto o furioso. En cualquier caso inestable. Yo sentada en la arena de un amanecer. ¿Estoy acá o allá? ¿Estamos acá o allá, Fede? ¿Cuánto de valioso puede tener esta imagen si no hay con quién compartirla? Pero cuánto de valioso tiene este momento. Arriba, en el cielo manchado acá o allá por alguna nube pasajera, un barrilete colorido y juguetón busca la distancia, il distacco, el desliz. ¿Qué tan alejados estamos de él, Fede? El otro día, mientras caminaba en La Plata, ví en el suelo una botella de vidrio rota. No rota, partida. Puntas afiladas, violencia, hicieron vestir de frágil manto mi paz interrumpida. No fue una sensación de miedo o temor, no llegó al desamparo, pero sí al cuestionamiento y a la duda. Ay, Fede, esa botella, o sus pedazos, corroboraron la caducidad del todo por arraigado que se encuentre. Un instante unívoco que se hace trascendental por sus consecuencias esgrime la mutación del devenir en menos que un suspiro. Y nosotros acá, Fede, mirando el mar y sintiendo la arena en las manos, buscando certezas, qué te parece.

LA MIRADA PARTICULAR DE OTRO PERSONAJE
En tus ojos el infinito del horizonte que miras, donde se confunden los matices, donde pareces perderte y ya no logro hallarte. No me ves, estás allá. Sólo yo siento la arena en mis manos. Ahora no me llamás y me preguntás antojos, curiosidades, Fede, Fede. Qué bien suena en tus labios, sólo entonces quisiera escuchar mi nombre y sentirme vivo. Eres inescrutable, te siento tan lejana, de qué me servirían ahora las palabras y este mar si no estás a mi lado.

2 comentarios:

  1. Me encanto la mirada particular de Fede y la de ella (el otro personaje). Es como si yo misma sintiese la arena en als manos.
    Dévora

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  2. Tweety para los amigos dice:

    Siempre me sorprendía la madurez de tus textos. Que bueno fue escucharte.

    Besos!

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