sábado

DIANA DA SILVA

PASEO DIARIO
Nauseabundo. Ese pasillo lo instalaba en la más densa de las depresiones. Transitarlo día tras día después de pasar tiempo con mamá agonizante. Jorge quería un final inmediato, salir del hospital y a la media hora enterarse de que una bomba desintegró toda la manzana. Su cerebro se derretía mientras bajaba esos siete pisos por escalera, trayecto en el que se cruzaba con médicos, enfermeras, pacientes y visitantes como si fueran fantasmas. Estaba harto de la enfermedad, encima cuando estaba llegando a la planta baja ve una mancha horrible y oscura en el piso; sangre que nunca pudo limpiarse seguramente, sangre de alguno muerto hace rato; qué tristeza insoportable! Y de repente el aire de la calle desvaneciendo en parte su angustia y cuadra tras cuadra el edificio que va quedando atrás también como un espectro, aunque interiormente él quería y necesitaba escuchar la explosión. Estaba pensando en qué iba a hacer con el último deseo de mamá –casi imposible e irritante- cuando entró en el japonés y todo mutó, se volvió naranja como las carpas que nadaban en el estanque de la entrada, entonces Jorge pudo sentirse otro ser y brillar por un rato mientras le alcanzaban la carta.

DR. NICK RIVIERA
- “Bueno, vos me entendés…”. No, yo no te entiendo nada. ¿Para qué le dijo a la familia que hay esperanzas si no es así? Me molesta que con el “Vos me entendés” seguido de mi silencio me transformo en su cómplice. Chorrea sangre por todos lados y le pide al anestesista que le pase el termo. Su optimismo me deprime. Son las 6 de la mañana y ya este tipo se nos muere, no dá para más. Después le deja la cara manchada a la enfermera y se pone guantes naranjas para lavar los platos. Me pregunto si no será un asesino serial buscado en Latinoamérica. Tan bronceado. No usa barbijo para poder mostrar los dientes. Imposible, si impactó desde un décimo piso, no se salva. Ahora le peina las cejas con un cepillo dental que previamente me pide que le alcance. -“Y sí, me entendés…”, repite. NO!!! Quiero gritarle, no entiendo nada, no sé que hago acá. Pasan los minutos, los mates, las horas. El sudor me chorrea y cae encima del paciente, del tipo apenas muerto. Se le vuelva la yerba en la incisión de la cabeza. Todo termina. El Latino chupa un último mate lavado, sale al pasillo sonriente y le dice a la familia: -“Fue una desgracia sin suerte”.

PERRO
Todo cambió en segundos. Lo bueno era que cerrar los ojos o tenerlos abiertos era lo mismo. Bueno, no exactamente. Si los cerraba se le aparecían puntitos rojos. Cuando se estiraba, los huesos le sonaban. Desde la cocina llegaba el sonido de la radio pero no le importaba. Y ahí abajo se sentía como en una nave espacial, con la ventana cerrada mejor. De repente, un calor que se aproxima, una lengua inquieta que lo encuentra y un estallido de risas. Abraza al perro y se deja morder jugando. Aunque él nunca tuvo un perro real al que todos vieran y hubiera que darle de comer. Este perro como que no existe y flota. No siempre lo lame cuando está ahí abajo, pero no puede dejar de ir. Cada vez va más seguido porque sabe que un día se va a quedar para siempre, formando parte de esa oscuridad palpitante.

TORMENTA TERRIBLE
Tormenta terrible. Lluvia que se filtra por la ventana de la habitación en penumbras.

- Una noche como esta murió Ricardo.
- Y si murió ¿por qué no se va de una vez?
- Porque llueve a cántaros.

VIAJE ROJO
Es de noche. Sentada en el último asiento del 45, pensando en cualquier cosa. Se detiene el colectivo y veo rojo, todo rojo, las cabezas de la gente y sus brazos levantados teñidos de una luz sanguinolenta, casi espectral. ¿Será la luz de un semáforo? Esto es lindo y raro. Mil veces hice este viaje y ahora no reconozco donde estoy, me parece que todo lo veo por primera vez. En eso un hombre me mira y tiene ojos rojos también, pero no parece borracho, sus ojos son como los de un perro que apenas te levantás y das un paso piensa que vas a sacarlo a pasear. Ojos que esperan y suplican. ¿Querrá el asiento? ¿qué quiere? Sigue el viaje carmesí o bermellón o alguno de esos. El hombre perro ya no me mira. El colectivo vuelve a detenerse y miro por la ventanilla. Me ubico en el espacio, es Constitución. Un ciruja gigante, de dimensiones casi descomunales está sentado en una vereda y estoy loca, porque parece Depredador con esos pelos colgando y ese gorro-casco cubriéndole el rostro. Arranca el colectivo y todo sigue rojo. Depredador me mandó al diablo otra vez, sigo sin reconocer los lugares, el camino; no tengo miedo. En eso siento un temblor en la mochila. Mensajito de texto. Fin de mi viaje.

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